Algunos ingenieros han construido prótesis e implantes cerebrales (como el implante coclear para los niños sordos de nacimiento) que son muy útiles, ya que con una interfaz adecuada instalada en el cerebro, éste puede aprender a “oír” a partir de las señales que el dispositivo le proporciona. Parecidos logros parece que permitirán a algunos ciegos “ver” –de manera muy rudimentaria- las señales de una cámara de video. El uso de estimulación con electrodos en lugares cuidadosamente seleccionados del cerebro, esta siendo estudiado ya y se ha empleado con éxito en algunas patologías neurológicas refractarias.
A primera
vista, no se ven los límites del avance de la ciencia y la tecnología en este campo. Estos
prodigios, impensables hace solo 50 años, hoy día solo parecen esperar un poco
más para convertirse en recursos rutinarios de la medicina (si es que no lo son
ya en algunos casos).
Pero las cosas no parecen ir a detenerse aquí. ¿Podremos, como en la serie de TV “Real Humans”, clonar a un ser querido, de manera que cuando fallezca, nos siga acompañando en forma de robot con forma humana, prácticamente indistinguible del original, en la suposición de que “el ser querido, en realidad sigue ahí” manteniendo su identidad…? Quienes piensen que ésto es algo quimérico, deben tener en cuenta que hay expertos en “inteligencia artificial” que aseguran que pronto será posible sobrevivirnos en alguna forma parecida.
Otra versión
de este mismo tema consiste en imaginar como podría ser nuestra relación con un
ser así. En la película “Her”, un hombre se enamora del sistema operativo de sus dispositivos informáticos personales. En esta versión fílmica, Theodore, el personaje que encarna
Joaquin Phoenix, considera que Samantha, la voz de su sistema operativo, es una "persona" encantadora y vive un relación romántica con ella. Este tema es muy interesante. Algunos piensan que una máquina suficientemente sofisticada, podría ser autoconsciente: es decir, podría saber de si misma que existe, y quizás hacerse preguntas existenciales sobre el sentido y el propósito de su propia existencia.
Esta fantasía es una versión extrema de una Máquina de Turing exitosa: una máquina que simula tan bien las respuestas humanas que las vuelve indistinguible de éstas. Esto, a su vez, plantea preguntas en distintas direcciones. ¿Podríamos considerar aquí, como algunos pretenden que, en este caso, “Samantha”, ese sistema operativo tan "seductor" es realmente un ser consciente de si mismo? ¿O se trata mas bien de una extraña experiencia, en la que una persona solitaria “mentaliza” a un electrodoméstico programado para la interacción, tan vacío de propiedades mentales como una máquina expendedora de bebidas, pero mas sofisticado?
Esta fantasía es una versión extrema de una Máquina de Turing exitosa: una máquina que simula tan bien las respuestas humanas que las vuelve indistinguible de éstas. Esto, a su vez, plantea preguntas en distintas direcciones. ¿Podríamos considerar aquí, como algunos pretenden que, en este caso, “Samantha”, ese sistema operativo tan "seductor" es realmente un ser consciente de si mismo? ¿O se trata mas bien de una extraña experiencia, en la que una persona solitaria “mentaliza” a un electrodoméstico programado para la interacción, tan vacío de propiedades mentales como una máquina expendedora de bebidas, pero mas sofisticado?
Estos breves
ejemplos, tanto si son alguna vez posibles como si no, ilustran diferentes
maneras de concebir “lo mental” y sus epifenómenos, que están comenzando a
formar parte de la imaginación colectiva, no solo del los guionistas de cine,
sino también de miembros de la comunidad científica, que alientan y soportan
distintas versiones sobre lo que sea “lo mental”, y sobre las condiciones en las
que tal hecho puede producirse.
Todos
tenemos una potente intuición sobre lo que es “la mente”; todos tenemos una.
(El caso de Donald Trump podría ser una excepción). La conciencia de existir
nos acompaña con toda naturalidad desde que tenemos “uso de razón”. Tenemos un
acceso inmediato a nuestros acontecimientos mentales: nuestra vivencia de la
consciencia, la percepción, el pensamiento, los sentimientos, la posibilidad de
elaborar un conocimiento sobre el mundo que lo transforma, incluso nuestras
consideraciones éticas. Todo ello son fenómenos mentales.
A ello, un
clínico como yo, no puede dejar de añadir una serie de fenómenos
desconcertantes, y altamente personales, como las falsas percepciones, los
errores mnémicos, las alucinaciones y otras alteraciones de la sensopercepción,
que ponen a prueba las teorías “ingenuas” sobre lo mental.
Pero… ¿Qué
es la mente consciente? Esta pregunta central, considerada en su historia, está resultando una de las mas intrigantes y desconcertantes del pensamiento humano. El filósofo David Chalmers la llama “el problema difícil de la consciencia” (“the
hard problem of conciousness”). Ha sido contestada de maneras muy diversas, pero seguimos sin tener una versión consensuada sobre el tema.
Mencionemos algunas.
Mencionemos algunas.
¿Está hecha acaso a mente de
alguna clase de “sustancia”, distinta de la sustancia material de nuestro
cerebro? Muchas respuestas religiosas apoyan esa creencia, que fue descrita
canónicamente por Descartes hace varios siglos, y ha constituido durante siglos el fundamento del pensamiento
sobre ello. Se trata de una versión "dualista" del problema: según esta perspectiva habría, al menos, dos “sustancias” distintas. Por una parte tendríamos la “Res Cogitans”
– "cosa pensante", algo distinto de la materia normal. ¿Una clase de sustancia “espiritual”?; ¿un
conjunto de piezas de “información” estructuradas de determinada manera, al
estilo de “Matrix”? Por otro lado estaría la “Res Extensa”- "cosa con extensión", que se superpone
a nuestro concepto del cuerpo material, sujeta por completo a las leyes
naturales para la masa, el tiempo, el
espacio, etc.
Si fuera
así, ¿sería ese objeto mental separable del cuerpo, como sugieren los que la identifican con el "alma inmortal" o, de otra manera, como se insinúa en la película “21 Gramos”? Y en este caso, ¿como
podría interaccionar ese objeto inmaterial con el cuerpo, para controlarlo? Según esta versión, la
relación de la mente (el espíritu) con el cuerpo podría ser como la de un
pianista con su instrumento. Aunque el instrumento -el cerebro- se deteriorara, (y entonces
la música no se expresaría debidamente), el pianista permanecería intacto, como corresponde a un ente inmaterial, inmortal. Esta versión
dualista es defendida por personas, religiosas o no, que creen en el mundo
espiritual, o en la posibilidad de la reencarnación; incluyendo personas con
formación científica. (Por ejemplo, Bruce Lipton, es presentado como un científico que ha logrado aunar “ciencia” y “espíritu”.
Otros
pensadores proponen soluciones en una dirección distinta: los fenómenos mentales “emergen” de
los seres vivos dependiendo de su complejidad biológica. Para un psicólogo evolucionista,
por ejemplo, los fenómenos mentales (la percepción, la memoria, la conciencia
de uno mismo, la intencionalidad y las conductas autoprotectoras) aportan ventajas evolutivas,
razón por la cual, la Naturaleza las incentiva.
No hay nada aquí de “otra sustancia”. La mente es sencillamente un epifenómeno, una curiosidad evolutiva que emerge. Esta respuesta (o parecida) sería la preferida por la mayoría de las personas que desean mantenerse dentro del campo de lo científico, y de filósofos como Daniel Dennet, autor del libro "Conciousness explained".
No hay nada aquí de “otra sustancia”. La mente es sencillamente un epifenómeno, una curiosidad evolutiva que emerge. Esta respuesta (o parecida) sería la preferida por la mayoría de las personas que desean mantenerse dentro del campo de lo científico, y de filósofos como Daniel Dennet, autor del libro "Conciousness explained".
En esta
versión, el cerebro, y solo él, es el centro de operaciones de “lo mental”, el lugar del
prodigio. Formado por un número enorme de células individuales (las
neuronas) que se comunican entre si usando un lenguaje aproximadamente binario,
que involucra a decenas de mediadores bioquímicos distintos, y a través de un
numero incalculable de conexiones individuales, el cerebro, “recibe
información” de los órganos periféricos, “emite ordenes” aferentes y de paso,
produce esos fenómenos mentales complejos que permiten que yo escriba esto y usted lo este
leyendo. Nada de espíritus, nada de otras dimensiones distintas de la pura
materia. La mente debería poder explicarse usando únicamente las leyes
naturales, las mismas que permiten funcionar a una lavadora, o canjear el ticket en el cajero automático de un aparcamiento.
De ser esto
así, las fenómenos mentales no necesariamente se deberían circunscribir a los
seres humanos, ni siquiera a los seres vivos. Una máquina, con una arquitectura
de la suficiente complejidad y con los sensores periféricos adecuados, podría
desarrollar fenómenos mentales. No importaría si el soporte fuera neuronas o chips
de silicio. El fenómeno "mental", sustancialmente, sería el mismo.
Entonces, ¿podremos construir una máquina consciente, como “Hal” en la película de Kubrick “2001, Una Odisea del Espacio”, o “Samaritano” en la serie “Person of Interest”? Si encontramos la manera de manipular la información que usa el cerebro, ¿será posible, como le pasa al personaje de ficción “Jason Bourne”, que un ser humano sea "reprogramado", de manera que siga instrucciones ajenas, pero sintiendo que lo hace por su propia iniciativa? ¿Podremos construir máquinas biológicas (los “replicantes”, de la gran película de Ridley Scott, “Blade Runner”, que sean conscientes de si mismos y se propongan objetivos existenciales, como conocer a su creador?
Aquí, los
“cientifistas” responderán afirmativamente con entusiasmo. (Llamo
“cientifistas” a los que profesan la superstición de que la ciencia tiene respuesta
para todo. A distinguir cuidadosamente de los “científicos”, que saben muy bien
la cantidad de cosas para las que la ciencia no encuentra respuesta).
Hoy día se
construyen y comercializan máquinas que permiten examinar de manera altamente
sofisticada las estructuras internas del cerebro. Algunas de ellas, nos dicen, pueden
examinar los procesos físicos que se producen en el cerebro en tiempo real
(como el consumo instantáneo de oxígeno en las neuronas). Se piensa que las
imágenes y secuencias así obtenidas sobre eventos físicos que suceden en el
cerebro, nos informa sobre las cosas que suceden “en la mente”. Los
científicos que usan esas máquinas en sus experimentos ofrecen asombrosos
resultados: creen que pueden decirnos qué distintas y partes del cerebro se activan –se “iluminan”-
cuando recitamos la tabla de multiplicar o nos acordamos de nuestra abuela.
Pueden decirnos qué grupos de neuronas se activan cuando vemos un color o
escuchamos una sinfonía. Y extrapolan sus resultados con ideas sobre el campo de lo mental.
Y aquí viene
uno de los principales atolladeros. La mayoría de filósofos de la mente, y
algunos prestigiosos científicos experimentales veteranos opinan que es problemática la extrapolación de los datos experimentales a generalizaciones
sobre “la mente”. O, digámoslo mas crudamente: las conclusiones sobre la mente que se presentan como "hechos científicos” que se siguen de sus trabajos
experimentales, son en realidad interpretaciones cuestionables. Y si lo son desde el punto de vista
filosófico, también lo son desde el propiamente científico. Porque, en realidad, detrás de cada interpretación en ciencia, hay escondida una idea filosófica.
Pongamos un
ejemplo. En un experimento clásico, el neurocientífico Benjamin Libet encontró
que se pueden detectar señales de activación neuronal “antes” de que una
persona sea consciente de estar iniciando un acto motor voluntario. De ahí, se
propuso la conclusión de que el “libre albedrío” es un mito, ya que la persona ya está condicionada a realizar su acto motor antes de ser consciente de que desea
iniciarlo.
No vamos
aquí a analizar este interesante tema, pero a los efectos que nos interesa,
notemos como el argumento que se inicia con un “mi máquina registra actividad
eléctrica en el cerebro antes de que la persona informe que se propone iniciar
un acto motor”, concluye con una conclusión filosófica de primera magnitud: “la
ciencia demuestra que no existe el libre albedrío”. Me arriesgaría afirmar que la mayoría de los filósofos profesionales opinarían que, así planteada, esta es una inferencia completamente infundada. Hay al menos dos puntos sobre los que habría mucho que hablar: qué nos hace creer que ese experimento "demuestra" algo sobre lo mental, y que demonios tiene eso que ver con el "libre albedrío".
Lo que
aportan los filósofos de la ciencia contemporáneos, especialistas en los problemas filosóficos relacionados con "la mente" (como Daniel Dennet, Hilary Putnam, o tantos otros) no pretende sustituir los datos encontrados por
los científicos, sino contribuir a su correcta interpretación; o, al menos,
evitar las interpretaciones incorrectas o abusivas. Entre los potenciales eléctricos neuronales que
miden las maquinas mas sofisticadas, y conceptos como “conciencia”,
“percepción” o “intencionalidad”, básicos para entender/explicar cualquier
fenómeno mental, hay un espacio que muchos saltan de manera temeraria.
En un muy interesante coloquio sobre “Psicoanálisis y Neurociencias” (disponible en Youtube), Robert Michaels plantea
que el problema no es que no se quiera/pueda tender puentes entre las
disciplinas especulativas (como el psicoanálisis contemporáneo, tal como lo
entiende por ejemplo Alan Schore) y las neurociencias experimentales; el
problema es que, en el estado actual del conocimiento, la luz de ese puente es tan larga que el puente se rompe cada vez que tratamos de cruzarlo.
No se trata,
en mi opinión, de rechazar las propuestas o elaboraciones de un sector a favor
del otro, sino de ser conscientes de la gran complejidad de lo que tratamos de
comprender, y de asumir con humildad nuestras limitaciones actuales.