La
obra de Rogers ha inspirado y sigue inspirando a muchos profesionales de varios
campos, especialmente en Estados Unidos: psicólogos y psiquiatras, trabajadores
sociales, educadores.
Cuando
me formaba en psiquiatría, y me preguntaba como situarme para hablar con los
pacientes, la primera recomendación que recibí fue familiarizarme con las ideas
de Carl Rogers. Fue un consejo que no seguí, para lanzarme a la lectura
sistemática de Freud siguiendo otras recomendaciones.
Hoy,
tras ser un asiduo -y un poco fatigado- lector de la clase de intricados y
abstrusos ensayos que con frecuencia produce el psicoanálisis, el encuentro con la
obra de Carl Rogers (1902-1987) me parece fresco e inspirador, pero también una mezcla inicial de interés y desconfianza. Así que en mi relectura veraniega
de la obra de 1961 de Carl Rogers “El proceso de convertirse en persona. Mi
técnica terapéutica”, (Paidos, 1972), me he propuesto hacer un poco de exégesis
de su obra y tratar de formarme una opinión sobre ella para compartirla en el
blog.
Comencemos
constatando que, como indica su subtítulo, se trata de una obra que se
concentra en su mayor parte en la descripción y justificación de su técnica terapéutica,
dejando sin tratar otros temas de gran importancia, como pueda ser el como
concibe la formación de un psicoterapeuta.
Parte
de la ambivalencia que me produce la obra de Rogers procede de forma y la
convicción con la que expone sus ideas, muchas de las cuales son presentadas
como el producto de una prolongada reflexión personal. Su obra, en su mayor
parte, tiene la forma de un testimonio.
Comienza
el libro presentando una reseña autobiográfica. En ella nos da algunos datos
sobre su infancia, como llegó a interesarse por la psicología, como fue su
formación y, sobre todo, sobre como fue formando sus opiniones como terapeuta
para dar forma a su obra. Nos da a conocer que estuvo implicado casi desde el
comienzo de su carrera en la atención práctica (de niños, jóvenes delincuentes
o excluidos sociales, etc.). Se familiarizó con la formación psicodinámica
norteamericana de su tiempo, pero la influencia psicoanalítica no le debió
resultar demasiado atractiva. De hecho, aunque no faltan referencias hacia
autores y conceptos psicoanalíticos, casi siembre es para marcar distancias.
A
continuación nos presenta algunas tesis en su estilo es testimonial. Habla
fundamentalmente de su experiencia, y de cómo se fundamenta en ella. Veámoslo
en una cita que define bastante bien su estilo:
“Ni la Biblia, ni los profetas, ni
Freud ni la investigación, ni las
revelaciones de Dios o del hombre, nada tiene prioridad sobre mi experiencia
directa”.
En
el contexto rogersiano, esta declaración es mucho menos arrogante de lo que
parece. En realidad es parte de su esfuerzo para describir su posición
personal, que tiene mucho que ver con su forma de conciencia de una posición
existencial y que considera imprescindible para acompañar a sus pacientes. Es
también, creo, una forma de expresar su concepción de la primacía de la
experiencia subjetiva sobre toda otra consideración, en la misma línea de otras
de sus tesis, sobre la radical necesidad de ver al paciente, como él dice, como
a “otra persona”, en las antípodas de toda posibilidad de concebir al paciente
como “un objeto”.
Cada
una de sus tesis resume una dimensión importante de su pensamiento, conecta
directamente con su posición como terapeuta y marca distancias con otros
planteamientos con los que sin duda estuvo en debate como profesor
universitario.
La técnica de Rogers.
Como
teórico, Rogers utiliza pocos conceptos, pero los explica y trata de cargarlos
con un gran contenido y profundidad. Para Rogers, la función principal del
terapeuta (en realidad, casi la única) es ser capaz de “recibir” al paciente.
En la peculiar terminología rogersiana, “recibir” consiste en “ser real”,
“transparente”, “genuino”, en “prescindir de toda máscara” en la relación el
paciente, en aceptar al paciente como una persona “diferente de si mismo”, y en
“intentar comprender adecuadamente el mundo interno de la persona”. En su
opinión, al ser capaz de adoptar esta posición, el proceso terapéutico se
desencadenará, y siguiendo su propia lógica interna, llegará a su fin (si se dispone
del tiempo suficiente).
En
sus términos, ser capaz de “recibir” a un paciente, va mas allá de una decisión
meramente técnica, o de la elección opcional de una determinada estrategia
terapéutica. En realidad, en términos rogersianos, es una operación exigente,
que excluye toda duplicidad: ser capaz de aceptar al paciente tal cual es, de
manera auténtica, sin albergar juicios u otras consideraciones privadas, y ser
capaz de interaccionar con él de manera “transparente”, teniendo como única
motivación de la interacción con él “comprender su mundo interno”. Mas que una
técnica, es una actitud personal. Esta obra en particular, no entra en el
problema de si esa forma de escuchar rogesiana es una disposición o actitud
personal, propia de la personalidad innata del terapeuta, o si es algo que se entrena
y se desarrolla.
De
manera análoga a la intuición de Freud sobre el deseo de curar, Rogers explica
que “cuanto mas consigo entender y aceptar a un paciente, menos interesado
estoy de arreglar nada”. En realidad, el progreso, en su opinión, se produce de
la siguiente manera: toda vez que el paciente descubre que puede ser “recibido”
y aceptado (en la terapia), deja progresivamente de necesitar defenderse de
sentimientos y juicios que había aprendido a excluir de su propia consideración
consciente, y comienza a acostumbrarse él mismo a aceptarlos, considerarlos y
experimentarlos como parte de su condición “existencial”. La generalización de
esta actitud, permitirá a la persona una vivencia del “si mismo” y de las
relaciones progresivamente mas armónica y coherente; “un tipo de aprendizaje de
si mismo exitoso y vivencial”.
Esta
idea es complementada por una especie de optimismo sobre la naturaleza humana,
que es compartida por otros psicólogos de la escuela de psicoterapia humanista.
Rogers cree que la persona está esencialmente orientada hacia la
autorrealización, de manera creando que un espacio que elimine la necesidad de
autodefensa, será suficiente para el progreso, la maduración personal.
Sobre
la posición del terapeuta, apoyándose en estudios empíricos, Rogers argumenta
que la percepción por parte del paciente de actitudes como la distancia, la
indiferencia o la superioridad operan como un obstáculo para el progreso de su
terapia.
Una perspectiva sobre la concepción
teórica de Rogers.
Como
hemos comentado la teoría de Rogers es fundamentalmente experiencial y, a
diferencia de otros teóricos, no parece partir de un modelo preconcebido.
Resulta
difícil comentar su posición teórica. Al igual que otros psicólogos de corte
humanista o existencial, Rogers ha de afrontar la crítica de no ofrecer un verdadero
desarrollo teórico extenso, compacto y detallado. Esta crítica parecerá natural
en quienes están acostumbrados a modelos teóricos densos y complejos (como los
psicoanalíticos), pero corre el riesgo de no hacer del todo justicia a Rogers.
En un campo tan heterogéneo como el psicológico, habría que ver desde donde se realiza el comentario y cuales son la asunciones previas desde
las que se construye.
Con
respecto a los psicólogos de la conducta (Rogers refiere haber debatido con
Skinner), su posición radicalmente partidaria de lo subjetivo, es una barrera
infranqueable. Pero respecto del campo psicoanalítico, a pesar de las
importantes coincidencias y de los prestamos conceptuales, él mismo marca
claras diferencias.
Pero
habida cuenta los puntos de contacto y paralelismos con las ideas
psicodinámicas, la perspectiva que prefiero es la de comparar sus ideas con
esos planteamientos generales.
Es
llamativo que a diferencia del psicoanálisis freudiano, o de otras formas de
psicopatología clínica, Rogers no desarrolla interés hacia el estudio de
estructuras clínicas u organizaciones psíquicas especifica. Menciona a veces
referencias a su trabajo con personas con problemas psicóticos, pero siempre
esta interesado en el caso particular y especifico. La posibilidad de encontrar
regularidades que permitan agrupar los casos que ve en formas típicas con
características comunes, estrategias terapéuticas o recorridos clínicos afines,
no parece interesarle. De hecho, sin negar categóricamente la posibilidad de
que frente a él haya personas con verdaderas enfermedades (como si hacen otros),
considera que la mayoría de problemas que trata afrontan “problemas de la
vida”, que mediante la terapia evolucionarán hacia la “autorrealización”.
Rogers
tampoco está interesado en elaborar un modelo de aparato psíquico. Sin embargo,
de sus parcos conceptos teóricos, la mayoría son fácilmente pensables como
prestados de la perspectiva psicodinámica. Rogers maneja una sencilla tópica con la idea de un “si mismo”, de
un “si mismo ideal”, de una “realidad exterior” relacional donde el individuo
debe desempeñarse, y de una amalgama de “sentimientos” que fluctúan en
interacción. El malestar sería el indicador de la percepción de algún tipo de
amenaza: una persona no podría relacionarse adecuadamente, si no dispone de una
presentación de la realidad congruente con lo experimentado (percibido o
sentido).
El
mecanismo de defensa ante la realidad percibida como amenazante serían negar o
ignorar los sentimientos emergentes o sencillamente, desconocer sus
formulaciones verbales. En esta obra, Rogers apenas argumenta teóricamente su
idea de que pasa en esa situación, pero sí lo describe con multitud de ejemplos
y viñetas clínicas. (Menciona por ejemplo que una de las consecuencias seria la
de “experimentar el si mismo como un objeto”).
Con
el progreso de la terapia, al restablecerse progresivamente la percepción
interna de los sentimientos, se resolverían las contradicciones internas, al
tiempo que se desarrollaría espontáneamente un aprendizaje de la experiencia,
que en modo alguno seria un adoctrinamiento, sino un proceso radicalmente “no
directivo”.
Añadamos
que Rogers esta interesado en el presente, y se muestra crítico con aquellas
técnicas que se centran en el pasado de la vida de la persona.
El
final lógico de su terapia, si esta fuera desarrollada hasta sus últimas posibilidades,
sería una persona capaz de percibirse coherentemente en las situaciones
vivenciadas, y capaz de reaccionar globalmente, armónicamente (en su terminología,
“organísmicamente”) para si mismo hacia los demás.
Para
Rogers como para el psicoanalista, parte de nuestros contenidos psíquicos son
inconscientes, pero a diferencia de Freud, no tiene interés en desarrollar una
teoría sobre un Inconsciente. Usa el concepto de inconsciente solo como una
cualidad de los contenidos. No se pregunta por, digamos, ninguna ontología de
los contenidos inconscientes.
Considera
que es necesario que los contenidos inconscientes se hagan conscientes – única
forma de que sean utilizables -, tanto las formulaciones verbales como los
sentimientos asociados a la realidad de la persona. Señala que esas
formulaciones se experimentan a medida que son accesibles y/o tolerables por la
persona en la terapia, pero no se pregunta si es que están en algún lugar antes
(por ejemplo, reprimidos, en el sentido freudiano). Sencillamente, aparecerán y
se vivenciaran en un “proceso de restablecer la unidad entre lo vivenciado y lo
pensado”. (En esta y otras ideas relacionadas con la importancia de lo afectivo
pienso inmediatamente en el autor contemporáneo Alan Score)
Rogers
no parece considerar necesario ir mas allá en el desarrollo de sus
formulaciones teóricas. El psicoanalista, que ha podido acompañar con bastante
comodidad a Rogers hasta aquí, se siente apenas en el umbral de una
construcción teórica. Pero no hay un inconsciente tópico, no hay referencias al
desvelamiento del Inconsciente reprimido y no hay una técnica de interpretación.
El psicoanalista también echará de menos una teoría de lo motivacional (…de lo
pulsional), o referencias a una estructuración del aparato psíquico, con sus
contenidos inconscientes organizados. Nada de esto se formula.
Rogers
conoce y describe los fenómenos emocionales que pueden aparecer a lo largo de
la terapia entre paciente y terapeuta, pero pone cuidado en distinguirlos
expresamente de la transferencia psicoanalítica. Considera que los fenómenos que
observa y siente son “adecuados” y “mutuos”, “actuales y basados en elementos
de la realidad”. Rogers, explica, se permite “modificarse” como resultado de la
interacción con el paciente. Y de manera “autentica” y “sin mascaras” (no encuentra
razones para tener que ser neutral), no tiene por que inhibir el compartir sus
reacciones ante el paciente con el propio paciente. Considera que la
transferencia psicoanalítica es “unidireccional” y “basada fundamentalmente en
elementos típicamente alejados de la realidad” de la situación en la que
aparecen. Transferencia y contratransferencia serían para él fenómenos basados
en la “reactualización fantástica de experiencias pasadas”.
Para
Rogers, como para el psicoanalista, las personas están atrapadas en modos de
vivenciar basadas en experiencias pasadas. Están, como él dice, “ligadas a la
estructura”. Opina que “en su manera de construir la experiencia, están ligadas
al pasado”, lo que impide que puedan comunicarse o vivir las relaciones de
manera “actual”, no puedan comunicar el “si mismo” con su experiencia actual.
Lo que hace Rogers al “recibir” al paciente es también invitar a “poner palabras” a las
vivencias; las antiguas de la vida de la persona, que conforman los
“constructos personales” o las nuevas, que se producen en la terapia o como
consecuencia de ella. (Al hablar de “constructos personales” es imposible no
evocar los “patrones relacionales implícitos” de Mitchell).
Implícitamente,
creo, Rogers designa lo que parece considerar el mecanismo patogénico de la
personalidad. Los “constructos personales” serían las estructuras a través de
los cuales el sujeto está “ligado a la estructura”, ya que es en parte a través
de la “flexibilización” de tales constructos que el individuo progresa. Esa
flexibilización conllevaría la posibilidad de percibir con mayor claridad e
inmediatez los sentimientos anteriormente “inhibidos” o “negados”, y percibir que,
tras cada nuevo sentimiento que puede fluir, “existe un referente directo” actual,
susceptible de ser revelado y formulado en términos verbales, conscientes y
cognitivamente apropiados, lo que permitirá abordar las “incongruencias y
contradicciones” de la experiencia de la vida, al tiempo que aparece y aumenta
la sensación y aceptación de la responsabilidad.
Para
Rogers, en este proceso, el “si mismo como objeto” tiende a desaparecer,
sustituido por una vivencia permanentemente actual de la conciencia reflexiva (y
aquí cita a Sartre). Los “constructos personales” (incongruentes con la
experiencia actual) tienden a desaparecer, sustituidos precisamente por la
“vivencia” de la situación actual. Habría una progresiva “correspondencia”
entre sentimientos y los términos para referirse a ellos, incluyendo nuevos
términos para nuevos sentimientos. Habría también una “relajación fisiológica”
que contrasta con la tensión anterior asociada a las vivencias. La vivencia
inmediata de la experiencia toma preponderancia, los “constructos personales”
residuales serian permanentemente validados en su congruencia con la
experiencia.
Para
Rogers, la terapia opera a través de un cambio en la personalidad.
Interesantemente, Rogers, no niega la existencia de “enfermedades”, pero no se
ocupa de ellas. Por lo tanto, opina que en técnica no hay en juego ningún tipo
de “curación”. Considera que las personas que consultan están “atascados” en su
proceso de desarrollo, y no consiguen ser ”si mismas”, no consiguen completar
su desarrollo como personas.
Para
Rogers, el proceso iniciado en la terapia no necesita terminar, ya que es un
puente hacia un “proceso organísmico total”, un proceso “no lineal”, que sucede
de manera compleja e interminable en la interacción de la progresiva
integración de experiencias afectivas y racionales, conscientes e
inconscientes. Acepta como resultado final un flujo constante y armónico de
sentimientos cambiantes y su interrelación con la experiencia.
Rogers y la Investigación.
Aquí
Rogers, de nuevo a diferencia de la tradición psicoanalítica, se coloca entre
los que no encuentra razones para evitar la investigación y la evaluación de
sus técnicas . Hay que considerar que estamos hablamos de una obra de 1961;
Eysenk ya ha publicado su trabajo afirmando que “la ausencia de tratamiento es
igual o mejor que la psicoterapia psicoanalítica”. Rogers usando sus propias
técnicas de evaluación, afirma que “al menos en lo que respecta a la
psicoterapia basada en el cliente, poseemos pruebas objetivas de cambios
positivos en la personalidad y la conducta del paciente”. Pero curiosamente, en
este caso no se esfuerza en marcar distancias con “otras formas de
psicoterapia”, sino que afirma que habiendo encontrado un método de evaluación
propio y riguroso, considera que “en el futuro podrán lograrse igualmente
pruebas sólidas acerca de los cambios que se logran en la personalidad por
otras formas de psicoterapia”.
No
me extenderé sobre su metodología. Uno de los trabajos que cita como mas
demostrativos se centra en demostrar en un grupo pequeño de pacientes de 16
terapeutas distintos, mediante metodología objetiva, cambios duraderos en la
“autopercepción”, “estructura de la personalidad”, “la interacción y adaptación
personal” y “madurez en la conducta”.
Coda.
Para
contextualizar los comentarios que preceden, los lectores interesados pueden
familiarizarse con la obra general de Rogers a través de los trabajos de Boeree G., (Shippensbourg University) o de C. Vazquez. Psicologia Online, Universidad Cesar Vallejo).
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